Las clasificaciones siempre son difíciles, mas aun cuando se trata de clasificaciones humanas. Siempre serán arbitrarias y estarán enfocadas en encasillarnos en ciertos tipos de patrones, de comportamiento, de razas, de creencias, etc. Sin embargo, aunque odiosas, pueden resultar oportunas. De ello va "El Montaplatos" de Harold Pinter, de clasificaciones, y por qué no, de calificaciones. La obra trata sobre dos asesinos a sueldo que se encuentran en el supuesto sótano de un edificio, a la espera de recibir las órdenes que los lleven a eliminar a su próxima víctima. De pronto, comienzan a recibir una serie de extraños pedidos culinarios provenientes de los primeros pisos del edificio en cuyo sótano se encuentran. Ambos no entienden bien el porqué de aquellos pedidos. Es en este punto donde empieza la cuestión más interesante de la historia. Por un lado tenemos a Ben, interpretado por Gonzalo Molina, incapaz de preguntarse a sí mismo de dónde proviene todo ello, el porqué de su situación de espera particularmente extraña, la identidad de sus jefes, la razón de su ocultamiento. Simplemente obedece, nada más. No hay que preguntarse demasiado. Cumple un trabajo, está a la espera de las órdenes y cree que estas serán lo que más le convengan. Por otro lado, tenemos a Gus, encarnado por Andrés Salas, como el típico cuestionador del orden, el típico subvertor del staus quo. Aquel a quien las ordenes no le son suficientes, que necesita saber, pensar, ir más allá. Es sintomático que ambos se encuentren en un sótano, a la espera de las instucciones disparatadas e incomprensibles de "los de arriba". Y es que ambos personajes configuran de manera muy bien lograda lo que somos en parte los seres humanos, o mejor dicho, materializan dos tipos diferentes de personas. Tal vez deberíamos preguntarnos a cuál de ellos pertenecemos, cuál de ellos somos. De hecho, el final que les espera en la obra a cada uno de ellos es singular ... recibe el merecido que se había ganado por querer ir más allá, mientras que ... es testigo del ocaso de su compañero. Preguntar no siempre es conveniente, nos dice la obra...y sin embargo nos hace mas libres???La pregunta queda abierta sedienta de respuestas. Quizás por eso debe ser una de las obras mejor logradas de Pinter, porque al final de esta nos permite asumir una de las dos posturas: preguntar y cuestionar, o callar y aceptar lo que no entendemos.
Creo que lo seres humanos tenemos de ambos, aunque nos inclinemos más hacia uno de los dos lados. Quizás sea por eso que siempre me ha ganado problemas ajenos, por preguntar. No digo que sea lo mejor, simplemente que siento encajar más con uno que con otro.
Finalmente, la pregunta se deja abierta; de qué lado estaremos: de los que callan o de los que hablan...
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