El teatro es un espacio especial, diferente de cualquier otro. Es un lugar en el cual, irónicamente, las máscaras, las verdaderas máscaras se caen para mostrarnos tal cual somos.
Sobre un escenario el actor es. Nada más. Simplemente es. Y no digo es bueno, o es malo, simplemente es.
En el escenario al actor lo rodean tres paredes. A cada una de ellas las podemos ver: la pared del fondo y las laterales. Todas ellas configuran lo que vendríamos a llamar el escenario. Sin embargo, y para fines prácticos y por la misma naturaleza del teatro, se levanta una cuarta pared, una imaginaria para el actor, aquella que hace que él no nos vea, o mejor dicho, que nos vea sin vernos, que nos perciba, que sienta nuestra respiración y viceversa.
Algunas veces-muy pocas por cierto- la cuarta pared se rompe de adentro hacia afuera, cuando los actores deciden interactuar con el público, aunque tambien hay veces en que ocurre de afuera hacia adentro, sobre todo en el teatro para niños, y ya hablaré de ello más adelante. Con todo, no es un fenómeno usual.
De todo lo dicho podemos sacar una lógica inferencia: nosotros somos la cuarta pared, los que vemos. Sin público no hay teatro, si no hay nadie a quien mostrar, no hay nada que mostrar. Así de simple, señores. Aunque a veces a los actores se nos olvida. Esa es la naturaleza del teatro.
Este blog intentará, dentro de sus muy modestas aspiraciones ir más allá de esa cuarta pared, mostrándonos algo que no se ve, pero que se siente.
A ratos, solo haremos agujeritos en la pared, a ratos y a punta de pico y pala nos la traeremos abajo y formaremos una nueva historia.
Ese es el reto. Ver algo con el alma aquello que no se ve con los ojos, de tan evidente.